EL OJO DEL AMO

Es indudable que en el desempeño general de la sociedad peruana no podemos todavía clasificarnos en las grandes ligas de países desarrollados en los que la oferta de oportunidades supera a la demanda. Para alcanzar este objetivo—entre otras cosas—es menester que el sector privado y el sector público tengan un alto desempeño en los roles que el modelo de economía social de mercado les asigna. El sector privado peruano es pujante y competitivo, pero el sector público le va muy a la zaga. 
Entre las diversas clases de estilos gerenciales destacan dos modalidades. La del gerente proactivo, que identifica su tarea con la permanente capacidad de prever los acontecimientos, adelantándose a los eventos. Y existe, en el otro extremo, los gerentes reactivos o “bomberos”, que esperan que las cosas sucedan, para iniciar ellos su actividad de gestión.  Ambos estilos son muy dinámicos.
Entre las causas que originan esta vital diferencia, sobresale una herramienta conspicua en el sector privado y que se halla ausente en el sector público. En lenguaje alegórico lo precisamos como “el ojo del amo engorda al caballo”, que expresa el interés del dueño por estar, día y noche, pendiente del progreso de su aventura empresarial. Esta característica es muy poderosa para el éxito del modelo económico adoptado. Lamentablemente, esta cualidad no es común en el sector público, por lo que se recurre a una serie de artificios para que los gerentes públicos—con honrosas excepciones—sean convenientemente motivados a desempeñar un rol que en forma natural no les nace. 
Los principios, prerrogativas y limitaciones de las juntas de accionistas, los directorios y los gerentes del sector privado tienen mucho que enseñar a sus colegas del sector público, para mantener la vigencia de la organización en los—muchas veces dispares—aspectos económicos, técnicos, sociales y de cuidado ambiental.  
Siendo las organizaciones públicas sostenidas por el dinero público, es decir, por los impuestos que pagamos los ciudadanos que creemos en la vigencia del “estado de derecho”, todos los trabajadores públicos deberían ser permanentemente recordados de esta condición, llamándolos “servidores” públicos, desterrando la ostentosa calificación de “funcionarios públicos”. Así se les evocaría continuamente quienes son los que ponen el capital para pagarles su puntual sueldo mensual. 
Es posible también que en el sector público haya que resucitar al antiguo “cabildo abierto”, en el que todos los que estaban interesados en una gestión pública (antaño edilicia) tenían la oportunidad de emitir libremente su opinión. Esa práctica de “dar cuenta”, tan común en el sector privado, brilla por su ausencia en el sector público. El “dar cuenta” periódica de una determinada gestión pública debería ser instituida y popularizada para que sirvan de respaldo a los directivos en la rendición de gastos y en la selección y priorización de proyectos de inversión pública. Dudo que, en un cabildo abierto con una adecuada representatividad, se hubiera preferido invertir el dinero público en la carretera interoceánica en lugar de la limpieza periódica de todos los cauces de los ríos, que de hecho reduce sustantivamente la ocurrencia de los huaycos anuales de febrero. 
Podemos asumir que, en el sector público, el Ministerio de Economía representa a la junta de accionistas, cuidadores del gran tesoro público (propiedad de la ciudadanía) y los Directorios, serían los cuidadores de la necesaria correlación técnica, económica y social. Se deja, entonces, al gerente la ejecución del detalle del día a día operativo.  
Si estos roles no se especifican cristalinamente, no debería sorprendernos los malos entendidos que surgen a menudo entre las principales cabezas de grupo de nuestro alicaído sector público. 
La prensa es el único medio que tenemos los sufridos contribuyentes para enterarnos de algunos detalles importantes de gestión en el sector público. Lo malo, es que el rol de la prensa es muy limitado, para ejercer esta función con la exigencia cognoscitiva que se necesita. 
Otra institución creada para llenar este vacío en el aspecto económico financiero es la Contraloría General de la República, pero a juzgar por los resultados obtenidos, luego de cerca de cien años de actividad auditora, no parece que se puede ser muy optimista. Está faltando una severa rendición de cuentas en el desempeño misional y tecnológico, que la institucionalidad peruana no atiende. Los colegios profesionales deberían llenar este vacío, pero ninguno de ellos toma este guante con el entusiasmo requerido. Todavía esperamos que las actuales dirigencias profesionales despierten de su letargo y contribuyan organizacionalmente a llenar este gran vacío de gestión pública que la sociedad peruana necesita con urgencia.
Es posible también que los padres de familia puedan contribuir sustantivamente a formar conciencia cívica nacional, fortaleciendo un detalle que otrora era muy común. Cada vez que los niños deben hacer de mandaderos del hogar, aunque sea para comprar pan, pedirles que “rindan cuenta del vuelto” ejercitará sus sumas y restas aritméticas, pero también formará un futuro ciudadano acostumbrado a “rendir cuentas”, que gran falta le hace a la cultura institucional peruana. Estimo que el común denominador de todos aquellos ciudadanos acostumbrados a “cerrar con el santo y la limosna”, nunca fueron ejercitados en su niñez a “dar cuenta”.
En el sector minero, por ejemplo, una activa participación semestral del Colegio de Ingenieros,  la Sociedad Geológica  y el Instituto de Ingenieros de Minas, podría ofrecer un magno servicio al sector, “tomándoles cuenta”—en representación de la sociedad peruana—al Ministerio y los organismos públicos descentralizados con activa participación en el sector como son Petroperú, Electroperú, Ingemmet, Ipen, IGN, CONIDA, Osinergmin, Sunafil, Oefa, etc.  

Si deseamos llegar a las grandes ligas, no podemos continuar haciendo indefinidamente lo mismo.

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