LA ESCUELA AMERICA

La vida es una lucha interminable entre el ángel de la luz y el lucifer que todos llevamos dentro.

En esa guerra, que tiene muchos escenarios, debemos tomar decisiones permanentemente entre los modelos extremos señalados por la madre Teresa, por un lado, y el modelo execrable de Hitler, por nombrar a uno de los incontables monstruos de la civilización.

Sin duda que, para elegir bien el derrotero, la casa paterna es la primera gran orientadora.
Pero la escuela inicial se encarga de introducirte a ese mundo con moldes de fondo y forma—honorables o permisivos—que te marcan para toda la vida. 

Ese momento en que a uno le presentan un nuevo escenario—totalmente diferente a su casa—en el que también se puede jugar y gozar, pero con la gran diferencia que se debe respetar al vecino, es trascendental. Unos reaccionan con nobleza y otros con frenesí.

Por otro lado, el orden, tan extraño a esa edad, se introduce casi imperceptiblemente con el horario de clases y el anzuelo del recreo. Mientras hubiera recreo, uno se podía resignar a muchas cosas. Como, por ejemplo, a escuchar a un adulto que se ponía al frente a platicar sobre unas cosas raras llamadas sumas, restas, esdrújulas, geografía, naturaleza o spelling.

Si la persona que estaba al frente, era capaz de encandilar con sus historias, en realidad te salvaba la vida, ya que te predisponía a pasar—de buena gana—gran parte de tu existencia, delante o detrás de una carpeta. La dupla profesor/alumno que se inició casi como jugando, se repetiría casi hasta el infinito. Y con eso era suficiente para construir tu cielo o tu infierno. Si su mensaje era insulso, la escuela siempre sería un sacrificio. Y allí entonces, comienzan las diferencias.


Aprende uno entonces, que la vida es un toma y daca en que no existe lonche gratis. Que siempre habrá que pagar un precio, tangible o intangible, por lograr lo que se anhela. Pero que según los modelos a los que uno haya sido expuesto, se inclinará por las buenas o las malas artes.  En el modelo de la Escuela América, representado por Miss Hubert, los hermanos Avilés, los señores Huaroto, la Miss Rosita y el Señor Galindo, por nombrar solamente a los notables, no hubo pierde. La imagen de seriedad, compromiso, integridad, nobleza, y aún dulzura, que irradiaban nos marcaron para siempre. Ha sido casi imposible pensar en el camino doloso. 

Gracias.

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