MEJORANDO LOS CANALES DE COMUNICACIÓN PÚBLICA

Es sencillamente ridículo que los seres humanos piensen que el “tener” es más importante que el “ser”.
Nos pasamos la vida buscando tener cada día más y descuidamos lo único por lo que nos recordarán cuando pasemos a ser parte de la historia de la humanidad.
Les sucede a las personas, pero también le sucede a la sociedad y aún a las naciones. La gobernabilidad es un activo intangible incomparable. Dicen que Finlandia es un paraíso y no creo que sea fundamentalmente porque la gente tiene mucho patrimonio tangible, sino porque sus líderes han construido con mucho esfuerzo una nación en que todos se respetan unos a otros. 
Una de las formas de construir gobernabilidad es lograr buenos canales de comunicación entre los gobernantes y los gobernados. Los gobernantes—elegidos o nombrados a dedo—deben “dar cuenta” de su desempeño. Sea bueno o malo. Mientras haya buena fe, todo el mundo perdonará errores. 
La institucionalidad es una herramienta que tenemos para hacer llegar nuestros puntos de vista a los gobernantes. Pero, por supuesto que en el otro extremo debe haber recepción. Si sabemos que no nos van a escuchar, por las buenas, nuestros más caros anhelos los haremos escuchar, por las malas. Así ha sido siempre. 
Los conflictos se originan porque existen gobernantes que estiman que “divide para gobernar” es un axioma. Esto es verdad, pero solamente en el caso que pensemos que los gobernantes son seres iluminados y talentosos que por sí solos nos van a resolver todos los problemas.
Pero si pensamos que los gobernantes son seres humanos tan falibles como nosotros, pero que, de alguna manera, se las arreglarán para escuchar nuestros reclamos y prestarles la debida atención, entonces, lo natural es organizarnos para hacer llegar nuestros puntos de vista en forma racional.
De ahí la importancia en formar clubes, asociaciones, organizaciones no gubernamentales, federaciones, etc. Destacan en este esfuerzo, las Naciones Unidas, la Corporación Andina de Fomento, los clubes de futbol, los clubes de diversión (para eso somos geniales), los colegios profesionales, los sindicatos, etc.  Para fortalecer la democracia, es fundamental unir, juntar, reunir a todos aquellos que tengan un punto de vista análogo sobre determinado asunto. Aun los niños y jóvenes deben agruparse y si no lo hacen, habrá que ayudarlos a expresar sus ideas en forma sensata y lógica. 
La gobernabilidad de la sociedad peruana se ejerce oficialmente desde la presidencia de la república hasta los alcaldes distritales, quienes son elegidos periódicamente por la ciudadanía en elecciones libres. La historia nos sugiere que este sistema carece de eficacia.
Es iluso pensar que los problemas de la sociedad deben ser resueltos por los políticos de turno. No lo han hecho a lo largo de la historia y no lo harán en el futuro. Una forma de encontrar las soluciones está a nuestro alcance y no la estamos aplicando. 
La respuesta se halla en fortalecer la institucionalidad de la sociedad. 
Los ciudadanos tienen toda la libertad y aun la obligación de formar instituciones que sirvan de portavoz a sus necesidades. Y luego deben encontrar la forma de llegar a los políticos para que estos resuelvan los problemas con el aporte fundamental de las instituciones organizadas de la sociedad.
Si los políticos no hacen caso, entonces quedan legitimadas las manifestaciones de protesta o los mecanismos de vacancia. 
Luego de la experiencia ganada con la vacancia presidencial, sería conveniente someter a debate de las instituciones representativas de la sociedad la posibilidad de tener un sistema que permita vacar también por razones morales o por falta de idoneidad en el cargo (que no resuelvan o por lo menos enfrenten los problemas) a los funcionarios elegidos o nombrados. 
Cuando los políticos no funcionan, como suele suceder, son las instituciones organizadas las que tienen la responsabilidad de promover el debate de los temas que deben resolverse, buscar las soluciones y finalmente, tratar de llegar a los niveles políticos que corresponda para convencerlos de las soluciones que deben darse.
De modo que deberá ser la sociedad civil la que promueva el debate, busque las soluciones y trate de convencer a los políticos.
En cada sector debería registrarse a las instituciones representativas. Cada uno de los diecinueve ministerios debería registrar a las instituciones a las que reconoce como legítimas portavoces de la sociedad. En algunos casos, debería inclusive ayudar a formarlas. En países maduros en la aplicación democrática, existen los “ministros sombra”, que sirven para hacer seguimiento a todos aquellos que manejan fondos públicos. Es decir, la clave para que la democracia funcione no solamente consiste en elegir representantes, sino también establecer mecanismos claros de evaluación del desempeño.   Nadie que ejerza un cargo público debería pensar que puede pasar desapercibido sin cumplir su cometido. Debe “dar cuenta” a sus electores o a quienes le otorgaron el poder. 
El periodismo, ese inquisidor cuarto poder, tendría entonces la tarea de entrevistar no solamente a los políticos, sino también ayudar a que las instituciones representativas de la sociedad “no estén pintadas en la pared”, como también suele suceder.
Destacan, en este contexto, las instituciones profesionales y las universidades—sobre todo las financiadas con nuestros impuestos—cuya voz debería tener un considerable peso específico en los problemas de su competencia.
Pero también deberíamos tratar de conocer a los descarriados de cada sector, para organizarlos y conocer sus puntos de vista, como por ejemplo los informales. Ya ha quedado demostrado que sentando el “principio de autoridad” no avanzamos gran cosa. 
También nos está faltando en forma clamorosa la voz de las “comunidades afectadas por el desarrollo”. De verdad, ¿se les afecta? Si no se les respeta en sus tradiciones e incluso su renuencia a aceptar nuestra opinión desarrollista, pienso que tienen todo el derecho a seguir viviendo “su felicidad”. Pero, por supuesto debemos—en muchos de los casos—hacer nuestra labor ilustrada de “abrirles los ojos”, ya que no hay peor ciego que el no quiere ver. Casi existe un paralelo entre las comunidades y la crianza de los hijos. No podemos hacer siempre lo que ellos piensan o quieren. Pero deberíamos hacerlo siempre por las buenas: ilustrando, persuadiendo, catequizando, convenciendo, para que finalmente adopten una decisión consciente y consentida. Es delicado y agotador, pero ese es el camino actual de construir mejores sociedades. Los métodos colonizadores son historia que no debe volver a repetirse. 
Y, además, debemos tener muy en cuenta que esta decisión no puede medirse en términos económicos, ni de rentabilidad financiera, como es costumbre generalizada inclusive a la hora de justificar normas públicas. No percibo a la autoridad religiosa cuestionando el TIR, la tasa de descuento, o el VAN o el Payback de la inversión en una iglesia, o en la construcción de un seminario, o un colegio. El criterio de sostenibilidad o de equidad será suficiente para decidir la inversión en una campaña de proselitismo de tendencias desarrollistas. 
Ese es el reto singular para construir la futura nación peruana. El mercado—o la mano invisible de la oferta y la demanda—no juega este partido de construir patrimonio intangible. 
En los recientes eventos de la ejemplar Universidad Nacional Mayor de San Marcos, los círculos de estudiantes universitarios deberían haber servido de portavoces legítimos de sus colegas “cachimbos”, de tal manera de encauzar sus protestas y ayudar a la gobernabilidad de su institución. Es indudable que el solo hecho de no tener un canal organizado de reclamo, precipita a las personas a tomar caminos inadecuados. 
Todos en la sociedad, tienen la obligación de organizarse para expresar racionalmente sus puntos de vista. Y la sociedad debe tener formas de escucharlos.   
Y así sucesivamente, consideramos que la sociedad peruana aumentaría considerablemente su gobernabilidad si la ciudadanía en su diversidad e integridad, se organiza para canalizar mejor sus perspectivas y aspiraciones—y aun fantasías—que deberían ser objeto de atención en los inéditos y crecientes mecanismos de construir instituciones eficaces.

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