ANTROPOCÉNTRICO O GEOCÉNTRICO

El ser humano al servicio del planeta, o el planeta al servicio del hombre.

Para nosotros los creyentes, Dios hizo primero al mundo (en siete días) y luego creó al hombre (y la mujer) ordenándoles que “pueblen la tierra y la sometan”, se supone para su supervivencia y bienestar.
Este mandato fue cumpliéndose parcialmente en diferentes latitudes, clasificándose las naciones en desarrolladas, semidesarrolladas y subdesarrolladas, dependiendo de la aprehensión social de conocimientos técnicos y científicos. La ciencia fue determinante en la clasificación social de naciones. En ese curso, llegó la Revolución Industrial y el bienestar del hombre comenzó a despegar exponencialmente y, al mismo tiempo, alimentó su codicia a expensas de sus congéneres y del planeta, dando origen a irritantes desigualdades sociales e insensatos atentados geográficos. 

En 1987, la Sra. Brundtland en “Nuestro Futuro Común”, puso el dedo en la llaga y resolvió que de ahora en adelante el desarrollo y el cuidado ambiental debían andar “de la mano” y a este caminar juntos le llamó DESARROLLO SOSTENIBLE.

Sin embargo, los movimientos defensores de la naturaleza (que siempre han existido), aprovecharon la oportunidad, exagerando la nota y priorizaron el cuidado ambiental—la sostenibilidad—reglamentando que todo aquel que atentara contra la biodiversidad debía ser destruido o ir preso. Se creó entonces, de facto, el “Sostenible Desarrollo”, de tal manera que primero debía considerarse la sostenibilidad y luego la posibilidad de desarrollo. Pusieron la “carreta antes que los caballos” y nadie protestó, porque podía ser acusado de sacrílego. A esto se sumó una increíble apatía de los desarrollistas que subestimaron la magnitud de la amenaza ambientalista. Surgió así la “tramitología”, situación en la que hasta para estornudar había que pedir permiso. Y todos se adecuaron a este nuevo procedimiento, porque daba mucho trabajo burgués que era aspiración generalizada—llámese lobista o leguleyo. Abajo con el trabajo elemental y rudo. El mundo era de los intelectuales doctos.

La idea fundamental de la Sra. Brundtland era que ambos debían ir siempre juntos. Y, sin embargo, lo primero que se hizo fue separarlos. Esto es un ejemplo clásico de una externalidad originada por una inadecuada participación del Estado en la economía.  Se definió que se era desarrollista o se era ambientalista. Y se creó el Ministerio del Ambiente, MINAM,  para que velara por la calidad de los servicios ecológicos brindados por los recursos ambientales indivisibles como la atmósfera, el océano, la selva, los lagos, la capa de ozono, etc., que proveían los indispensables servicios de aire limpio y agua limpia.  Estos servicios ecológicos no guardan relación alguna con las leyes del mercado, y, sin embargo, se le asignó al MINAM—erróneamente—competencia para supervisar los recursos naturales cuyo desarrollo es regulado por la mano invisible. Reside allí la fuente de los conflictos. 

Hasta que nos dimos cuenta que estábamos caminando “para atrás”, como el cangrejo. Solamente los proyectos de alta tecnología pura eran bien vistos. Aquellos—objetos y sujetos—que se quedaron atrás, debían ser ignorados, siguiendo el ejemplo norteamericano con los “pieles rojas” nativos. 
Será necesario un profundo giro que permita reorientar el camino del desarrollo sostenible. Las organizaciones productivas—Minem, Minag, Producción—tienen que reorganizarse introduciendo dentro de su estructura las nuevas competencias restrictivas que sustituyan a todo el aparato ambiental erróneamente creado. La experiencia ha demostrado que la producción económica debe encararse con mecanismos y competencias propias de los negocios y el mercado.  

Los recursos ambientales deben ser analizados y administrados por funcionarios formados para desarrollar los métodos—aun por estandarizar—que permitan valorar sus vitales servicios ecológicos; y los recursos naturales deben ser analizados y administrados en su totalidad–promoción, titulación, permisos y fiscalización—por funcionarios especializados en los pormenores que regulan la oferta y la demanda.

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