Robinson Crusoe y el Perú


Robinson Crusoe (1719) no tuvo problemas para mantener el equilibrio entre agenciarse los recursos que requería para subsistir y al mismo tiempo disfrutar de la belleza estética y recreacional de su ambiente, porque los recursos naturales (agua, frutas, animales silvestres) que tenía a su disposición excedían a sus necesidades. Si hubieran llegado algunos náufragos adicionales a la isla de Juan Fernández, las cosas se hubieran puesto crecientemente más difíciles a medida que los recursos eran consumidos hasta llegar a la condición de saturación o de escasez. Tal vez Adam Smith (1776) se inspiró en este libro de aventuras para sentar los principios de lo que hoy conocemos como la ciencia de la Economía, caracterizada por la capacidad de satisfacer necesidades en un ambiente de escasez.

Para mantener la paz, los náufragos hubieran tenido la necesidad de organizarse y establecer las normas de gobernabilidad requeridas para mantener el buen uso de los recursos. Hubieran tenido que ejercer las capacidades empresariales básicas de confianza en si mismo, libertad y ansias de logro, manteniendo el balance entre el bien privado y el bien público.

Resueltos esos problemas, tuvieron que pensar en la forma de ser eficientes en la siembra, la cosecha, la granja, el cuidado de la tierra agrícola, el cuidado del agua, y tal vez llegar al racionamiento para evitar el derroche de los escasos recursos existentes. Luego, los asaltaría la necesidad de autoestima que los mueve a apreciar una serie de importantes intangibles como la satisfacción que ofrece un paisaje limpio y ordenado en contraste con uno lleno de basura. Nace así la inquietud por el cuidado ambiental que es un estado superior del bienestar. “Cuando el hambre aprieta la dignidad afloja”, dice un reconocido proverbio, que explicita que no existe mayor prioridad para el ser humano que su derecho a la supervivencia de la especie.

Una vez que la paradisíaca isla de Juan Fernández alcanzaba el nivel de saturación debido a la multiplicación de los descendientes de Robinson, los náufragos (que en realidad ya no lo eran) tuvieron la necesidad de aumentar su espacio vital y se fijaron que en el horizonte había otras islas, por lo que tuvieron que emprender la construcción de barcos para invadirlas. Nacerían así los nuevos asentamientos de Santa Clara y Selkirk, que eran las islas vecinas.
Este ejemplo de lo que le podría haber pasado a la Isla de Juan Fernández sirve para ilustrar que el problema de contaminación ambiental se agrava cuando existe congestionamiento y falta de ordenamiento territorial. Mientras el espacio vital de cada persona se mantiene con amplitud, el problema de polución es casi imperceptible. Todo lo contrario sucede cuando el espacio vital se va reduciendo llegándose a la tugurización que degrada la dignidad de la persona. Este fenómeno sucede en las grandes ciudades que han crecido sin mayor planificación.
Esto demuestra también la estrecha relación existente entre el crecimiento demográfico, el aprovechamiento territorial, el principio económico de la eficiente utilización de los recursos, y el cuidado ambiental; y de como se debe ir entrelazando—en forma paralela a veces y en serie en otras—la solución gradual de los problemas económicos y ambientales. También es un indicio que los conflictos sociales, que tanto nos preocupan, son en realidad los síntomas de otros problemas de gobernabilidad inadecuadamente resueltos.

El Perú tiene 120 millones de hectáreas territoriales, a los que hay que adicionar los 30 millones del mar de Grau, lo que hace un total de 150 millones de área territorial que es uno de los principales recursos propios que poseen los peruanos.

Sin embargo, los 30 millones de peruanos han concentrado su habitat en no más de 12 millones de hectáreas o sea el 10% de su espacio vital disponible, estando el 90% todavía por ser descubierto y habilitado para vivir.

Ese territorio es árido, desértico, montañoso, agreste, frígido, hostil, que requiere inversiones, tecnología, coraje, y sacrificio, para conquistarlo, pero es nuestro y tenemos la obligación de aprovecharlo, porque si no lo hacemos corremos el riesgo de perderlo, a manos de quienes lo necesitan y están dispuestos a correr todos los riesgos requeridos. Ya ha habido intentos—felizmente frustrados—de los países desarrollados por controlar la riqueza forestal de la Amazonía, pretextando nuestra incapacidad para aprovechar esta riqueza natural. Es pertinente recordar al líder hindú Mahatma Gandhi quien sostenía que “la tierra tiene la capacidad de satisfacer las necesidades de todos sus habitantes, pero no está en capacidad de satisfacer la codicia de ellos”. La historia tiene muchos ejemplos de esta verdad.

La Costa peruana es árida, por lo que su centenar de ríos que la atraviesan de Este a Oeste, deben ser cuidadosamente aprovechados en su potencial energético y de irrigación. Los Andes deben ser literalmente atravesados por túneles que mejoren el tránsito terrestre y ayuden a descubrir sus riquezas. La Selva debe proporcionar toda la madera que la industria de la construcción y la manufactura necesiten para ampliar sustantivamente nuestro espacio vital.

Es una labor crítica ayudar a la población peruana a identificar, comprender y visualizar las ventajas competitivas y comparativas que supone el reconocer que
conquistar su territorio es no solamente uno de sus más importantes desafíos, sino también una obligación y un derecho consagrado en nuestras leyes.

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